domingo, 7 de junio de 2009

Se me va.

‘Se me va … se me va y no sé controlarlo.’
Cada vez que Gabrielle pasa por delante de una pastelería no puede resistirse a comerse un pastelón, cuanto más grande y atractivo a la vista mejor. Desde que descubrió que podía comerse uno cada semana sin engordar, no hay domingo en que, tras hacer recuento, no cuente con uno más en su haber. Es algo superior a sus fuerzas, aún si le ataran las manos a la espalda se las apañaría para sacar la cartera, pagar y engullir de un bocado el manjar.
Estamos de acuerdo en que a nadie le amarga un dulce, que tomar uno escogido y cuidado cada cierto tiempo es hasta beneficioso para cuerpo y mente. Pero consumirlos de forma compulsiva cada vez que se tiene ocasión no lleva a buen puerto. Y si se llega al punto de abandonar a las amigas mientras se toma el amistoso café de la tarde para devorar un maldito bombón recubierto de sabroso chocolate … hay algo que no funciona bien, un cable suelto que hay que soldar de nuevo a su contacto.
La tentación vive en la calle. Es demasiado fácil caer. Sólo espero que Gabi aprenda a parar antes de contagiarse de diabetes.

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