Mi rosal
Cienes y cienes de veces he tenido la intención de hablar de mi rosal,
de cómo una flor marchita dejaba paso a un nuevo capullo, de la necesidad del
arte de la poda para eliminar las ramas secas, incluso de la rutina de regarlo
para continuar su vida. El rosal viajó y viajó este verano, se adaptó a
diferentes climas y entornos. Sin embargo, cuando volvió a la casa que lo
acogió en primer lugar, algo comenzó a ir mal. Dejó de ser regular, rebrotaba y
deslucía sin ton ni son, sin razón aparente. Mis cuidados permanecían, mientras
mi rosal enfermaba.
Y tras algún que otro enfado venido a menos con mi rosal, por su
inestabilidad inexplicable; tras varios intentos de mejorar cuidados, al rosal
le llegó la hora. Los síntomas de su enfermedad se han hecho evidentes, y su
pase a mejor vida ha sido necesario. Podría haber esperado un mes más, deseando
ver de nuevo las flores con la llegada de la primavera, pero se me ha acabado
la paciencia. No le he visto sentido a alargar una agonía que para ninguno de
los dos tenía el más mínimo de los sentidos.
Así que tras muchos meses de vida compartida, de riegos, fotos y esperanzas,
dedico estas líneas al otro ser vivo que ha habitado en mi casa, al que hoy he
acompañado hasta el contenedor de abajo. No ha podido ser de otra manera.
Feliz domingo.
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