domingo, 4 de marzo de 2018

Raquel dejó a Joan


Raquel iba a dejar a Joan. Eligió el día posterior a Navidad, cuando la gran fiesta habría pasado, para no ser el tema de conversación de tan señalada fecha. El periodo vacacional de la universidad en que ambos estudiaban había dejado mucho tiempo libre a Raquel para razonar su decisión.
Cuando conoció a Joan, Raquel encontró un “para qué” en su relación con él. En aquel momento de su vida, un poco menos que un año atrás, Raquel tenía que descubrir qué era aquello de tener una relación de adultos, en la que podía decidir qué hacer y cuándo, sin contar con los mandatos directos de sus padres. El piso compartido de chicas estudiantes le daba esta libertad. Tenía que hacerlo porque dentro de poco terminaría la carrera y comenzaría a trabajar en un empleo de adultos, en el que su sueldo dependería de las decisiones que tomara por ella misma.
Como todo romance que se precie, los primeros tres meses estuvieron cargados de algodón de azúcar, veladas de titanic y detalles de demostración de amor todos los días impares.
“Eres la luz que ilumina mi mañana”. Con este mensaje en el móvil Joan despertó a Raquel el día que cumplían 5 meses juntos. Era la tercera vez desde que comenzaron que había utilizado esa frase (el móvil los contaba por ella) y la segunda este mes. Al chico se le agotaban los recursos de Don Juan, mientras que Raquel comenzaba a aburrirse de la rutina de pareja.
Como si la aguja horaria del reloj fuese a la velocidad del segundero pasaron los siguientes meses. El mensaje repetido marcó el ecuador de una relación que en su primera mitad había concentrado el 90% de sus acontecimientos memorables. El 10% restante tuvo lugar el 26 de diciembre.
Raquel no contactó a Joan hasta pasadas las 6 de la tarde.
-          Sabes que me sienta muy mal que no me digas nada en todo el día – dijo Joan. Su voz sonaba fría al otro lado del teléfono. La explosión de un enfado acumulado.
-          Te estoy llamando ahora para quedar. ¿Qué te parece si nos vemos en el parque Cervantes, el que hay cerca de mi casa?
-          No tengo muchas ganas de salir, ¿Por qué no vienes tú a mi piso?
-          Eh … tengo que hablar contigo y me gustaría que fuera en un sitio público.
-          ¿Y eso? ¿Es que me vas a dejar?
Raquel guardó silencio. “Si le digo que sí, ya no hace falta que quedemos, ¿no?”, pensó.
-          No Joan, es sólo que me apetece que me de el aire.
-          Vale, nos vemos a las 9.
Sobre las 10:30 Raquel abrió sola la puerta de su portal. Su conversación y su relación con Joan habían terminado. Fue decisión suya. Una decisión de adulta que la trajo de vuelta a la vulnerabilidad infantil que siente un niño cuando su juguete se rompe. Raquel quería dejar a Joan, sí. Era un chico posesivo, que había sentido celos de todos y cada uno de los seres vivos de género masculino con los que Raquel se había relacionado, y sin más aspiración en la vida que tener muchos hijos, supuestamente con Raquel.
Ella sabía que había tomado la decisión correcta, que si la gestión de su vida amorosa fuera un trabajo, le hubieran pagado un extra por esta acción. Por eso no entendió el vacío que sintió al meterse en la cama aquella noche. En el guión de este ensayo de la vida de adultos no encontró una explicación de por qué la ejecución de lo correcto no necesariamente provoca sentimientos satisfactorios.

Feliz Domingo.

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