domingo, 28 de abril de 2013

Adam.



Adam era un chico listo, muy listo. Es de esas personas con un don que le permite analizar rápidamente cada situación y conocerla a fondo sin esfuerzo. Le encanta ganar, además le resulta fácil conseguirlo gracias a ese ojo avizor que dios le ha dado, combinado con un humor buenrollista al que pocos se muestran reacios.
Adam siempre se las había apañado para salir indemne de todos los líos en que la vida lo metía. De todos excepto del aquel en el que él mismo se había metido. Adam se había ido adaptando a las mujeres que la vida le había puesto por delante. No siempre las había elegido él. Lo que Adam elegía era no estar solo, no sabía cómo vivir solo. Y como ser humano hombre que Adam era, no siempre tenía el valor para cerrar los libros que ya había leído, o los que no le gustaban. Siempre esperaba que alguien, ya fuese el propio libro, u otro nuevo que apareciese en el momento y lugar oportunos, le facilitaran este trabajo. Las mujeres que Adam había leído (u hojeado) hasta el momento, le había concedido siempre ese favor, casi sin insistir y por supuesto sin pedir nada a cambio.
Todo había sido relativamente fácil hasta que Adam trajo a un nuevo libro al mundo. Todo el mundo sabe que siempre que se tiene un libro es una mujer quien lo gesta, y que esa mujer normalmente es el libro que uno se está leyendo. Y cuando un tercer libro, creación conjunta, entra en juego, cerrarlos ya no es tan fácil. Los irremediablemente fuertes cables que la preciosa libretita había entrelazado en su corta vida hacían imposible que Adam pudiera siquiera plantearse rasgar.
Y así se encontraba Adam, buscando desesperadamente alguien que ataviado con fantasiosos alicates le liberase de la telaraña que actualmente conformaba su vida ideal de libro. Echando mano de cualesquiera candidatas por doquier, sin importarle a Adam el deterioro que esto podía causar a quien, totalmente ajena a semejante pitote, se veía sin quererlo envuelta en algo de lo que prefería no haber tenido ni el más mínimo conocimiento.
-       Lo siento Adam, sencillamente no.

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martes, 9 de abril de 2013

Espera



Me dijiste que no tuviera miedo …

y yo me abrí …

justo antes de que cayera el rayo.

Y ahora me parto lentamente

y no puedo parar de llorar.

La herida invisible como el parche de la bici

no descansa, ni se cura, ni cesa de zancadillear

mi inestable estabilidad.

No esperaba que no esperaras a esperarme.

Yo esperaba poder esperar algo más,

hasta que la espera se tornase eterna.

Pero supongo que esperar lo inesperado

no es algo que se pueda esperar.

Así que sin esperar nada, ahora

espero poder esperar otro

acontecimiento inesperado. Y el que

espera, desespera, como todo el

mundo espera.

Así que sin miedo dejo caer

los planos de la casa que no se comenzó,

para la que ya había comprado

una cálida lámpara, y

cuya luz nunca prenderá.

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