domingo, 22 de noviembre de 2020

Mi nueva normalidad

 Este es el cuarto fin de semana que no tengo ninguna actividad social. Los días de lunes a jueves ya ni los cuento. El confinamiento municipal de fin de semana que ha impuesto la comunidad en la que vivo ha ayudado, sin duda. De los 3 núcleos de amigos cercanos que tengo, 2 completos viven fuera de mi municipio y el otro está, desde hace unos meses, también en su mayoría fuera de él. Los sábados arreglo la casa y me dedico a mi estudio futuro. Los domingos salgo a caminar por los alrededores y me dedico un poco a mí. 

Miento, hoy he hecho una llamada por skype al mediodía mientras me tomaba unos cacahuetes. Vermut virtual lo hemos llamado. Y ha estado bien. Puede que el domingo que viene salga a correr con la profe de yoga y otra compañera. Aunque no denomino al núcleo del yoga como “amigos” o “social” está suponiendo un apoyo que no había previsto. Ha sido una grata sorpresa. Va a ser cierto eso de que las cosas buenas las encuentras donde menos te lo esperas. 

Contacto social casi nulo. Trabajo y casa. Deporte. Escuchar mi podcast de música. Mi vida se reduce (o amplía) a esto. Relaciones personales escasas. Nunca han sido boyantes. Y a cierta edad la mayoría de nosotros tiene una familia propia. Me refiero a la que una crea en torno a sí misma, no a los padres y hermanos. Hermana que ahora está cerca y tiene su círculo más amplio que el mío.

Me comparo con otros. De libro es algo que no lleva a ningún sitio. Bueno sí, lleva a una espiral autodestructiva que ya conozco y que sólo va hacia abajo. 

Los encuentros virtuales los hacemos ahora que no hay otro remedio. Una vez la gente puede salir y ver a los que tiene cerca, no hace sentido quedarse en casa para hablar con quien está lejos, aunque la afinidad para mí con algunas personas que están lejos sea mayor. Igual es esta una de las causas. Nunca me he ocupado en tener un gran apoyo social, de amigos. Han sido el trabajo y el sustento los que han dirigido mis movimientos de vida. Y no he sabido (hasta ahora) aprovecharlos para crear en torno a ellos el resto de cosas importantes en la vida. Y la suerte, o cupido o el dios de los amigos no me han ayudado mucho más. 

En cualquier caso, ¿cómo me siento con eso? La vida, al final, es tan buena o mala, tan feliz o plena como yo la quiera hacer sentir. Y eso sí que depende sola y exclusivamente de mí. Sé hacerla sentir bien. Sé y quiero hacerlo. La mente, y su incansable búsqueda e inconformismo, es la que me la juega a veces, como también sé ya. 

Así que bueno, esta es mi nueva normalidad. El sentimiento de no ser suficiente acechará siempre. Siempre que no lo sustituya por el sentimiento de estar haciendo lo que quiero y me place en cada momento. Como esta sobremesa en un banco de la plaza, al sol de noviembre, con mi vicio y el silencio de los árboles al que el viento mueve. Y el placer de escribir algo que me sirve a mí y que creo que a otros puede gustar. De nuevo, el alcance social que mis escritos tienen es muy limitado. ¿Y qué? ¿A quién le importa? ¿Me importa a mí? A estas alturas, sólo es relevante si quiero montar un negocio online que me ayude en mi sustento, en el momento en que lo necesite. 

Teatro. Lo tuyo es puro teatro. Falsedad bien ensayada. Estudiado simulacro. Este es otro ámbito a ampliar con una lengua que no es la mía. ¿Por qué no? Sólo si lo quiero y digo que no a las renuncias que suponen. Es otra opción. 

Y todo lo demás, absolutamente todo lo demás, sólo está en mi mente. Imponerme ser mi propia jefa, con el mismo rigor que exijo al resto. Eso será lo que me de plenitud en los momentos en que aparentemente no la sienta. 

¿Qué haces tú?

Feliz domingo.

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