Las penas del joven Whertner (III)
Sobre un espejo había un canario que voló a sus hombros. Cogiéndole entre sus dedos, me dijo:
- Es un nuevo amigo que destino a mis niños. Es muy bonito; miradlo. Cuando le doy pan, divierte ver cómo agita las alas y picotea. También me besa; vedlo.
Acercó su boca al pajarillo, y éste se plegó tan amorosamente contra sus dulces labios, como si comprendiese la felicidad que gozaba.
- Quiero que también os de un beso – dijo ella, acercando el pájaro a mi boca. Éste trasladó su piquito desde los labios de Carlota a los míos, y sus picotazos eran como un soplo de celestial felicidad.
- Sus besos – dije – no son completamente desinteresados: busca comida, y cuando no la encuentra en las caricias que le hacen, se retira descontento.
- También come en mi boca – exclamó Carlota, presentándole algunas migajas de pan en sus labios entreabiertos, sobre los cuales sonreía con voluptuosidad el placer de un inocente amor correspondido.
Feliz Domingo.
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