En el peor sitio ... en el peor momento.
No sé por qué te he
conocido en el barco. No debería ser así. Y aunque diga y me crea que no quiero
nada, sabes que en el fondo me derrito cuando te miro a los ojos. Es así, las cosas
son así. Y me rayo cuando no me miras mientras me hablas. Y me jode pensar que
estés con otra chica. Y me encanta mirarte, con el pelillo recién cortao, las
orejas que te mordería, el cuello que te acariciaría, y los labios que te
besaría.
Te besaría la cara, la
frente que te crece y te acompleja, el cogote que me tienta a pegarte una
colleja o un pellizco. Te magnetizaría las manos para que no pudieras
separarlas de mi cuerpo. No te rasques la cara, que te quedarán marcas y la
tienes bonita.
Sueño con que me digas
“guapa” como aquella vez. La única vez. La única vez que me sirve de recuerdo y
consuelo, a la vez de alegría y tristeza. Esbozando una sonrisa recuerdo como
me acurruqué sin pedirte permiso; como acudía a tu llamada sin que nada
quisieras. Con incredulidad recuerdo las frases inacabadas que me dirigiste. La
voz. Cómo razonando sabías que aquello no podía ser, y como tus ojillos
chispeaban como supongo que los míos hacían. Y dejabas caer un “te miro a los ojos y …” que nunca
terminaste, ni terminarás, por mucho que me joda reconocerlo.
Te miro y trato de curar
esta enfermedad que me has causado. Hago que el verte todos los días me haga
más fuerte y me ayude a reaccionar con normalidad a esta situación irreal que
tenemos. O que al menos tengo yo.
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