domingo, 21 de septiembre de 2014

El descaro del ratón.

Tras 15 años de abandono estacional, mi casa del pueblo nos ha presentado por primera vez un inquilino. Éste se había servido con los desprotegidos víveres que allí guardamos para cuando vamos en festivo. Comer hay que comer, y digamos que los servicios de comida a domicilio de mi pueblo brillan por su ausencia. Este animal encontró allí su sustento para los próximos meses. Las cáscaras de lentejas que encontramos fueron la irrefutable prueba forense que encontramos. Ambos, el ratón y mi familia, nos sorprendimos mutuamente. El animal probablemente no se esperaría que nadie apareciera en aquella vivienda, donde durante meses no había habido un ruido. Y, evidentemente, nosotras no esperábamos encontrar que otro mamífero utilizaba nuestro hogar como vivienda sin previo contrato de alquiler.
El roedor hizo una tímida aparición por el salón, entre el sofá y la puerta, uno de los lugares por él transitados, calentito, al resguardo de la luz, del ruido y seguramente cómodo. Mouse evitó instintiva y exitosamente los gritos, los intentos fallidos por causarle lesiones, que yo emití. Se resguardó en una taquilla, un invento de hace dos siglos para aprovechas los huecos entre muros. Esto no fue más que un suave castigo para un ser que cabe por una cerradura.
Privado ya de su alimento, Mouse anduvo como perdido, buscando algo que no encontraba, viéndose obligado a explorar lugares de la, para él, mansión en la que se encontraba. Al día siguiente, mientras yo, ser humano, cenaba, Mouse sintió hambre (seguramente no había comido desde hace más de 24 horas, no sé cuán largo se hace este trance para un pequeño roedor). Así que, naturalmente, se asomó para ver qué podía comer. No digo esto de forma figurada, literalmente, Mouse asomó el hocico, olisqueando y pidiéndome con la mirada su ración por una esquina de la chimenea. Volvieron los gritos, golpes, maldiciones, y le abrimos la puerta del patio para que tuviera una vía de escape.
Al día siguiente, laborable ya, sembramos la casa de veneno para ratones. Y sin alejarnos más de dos metros del palo de la fregona, aguardamos un día más. Pero Mouse parecía desaparecido, se llevó con él un saco de “comida rosa”. Y nunca lo volvimos a ver.
Si piensas que durante estos días, Mouse se sintió atacado, fuera de lugar, pequeño, amenazado, cuestionado o expulsado de su hogar, estás totalmente equivocada, o equivocado. Yo no me imaginaba hasta qué punto ese minúsculo animal se creía que estaba en su casa hasta que lo vi. Ni los golpes, ni los gritos, ni los cepazos con el cepillo, ni el hecho de quitarle la comida, ni las maldiciones provocaron ni por tan solo un instante ni el más ínfimo sentimiento de culpabilidad, de ser inapropiado, de no ser deseado, de ser despreciado por aprovecharse de los bienes de otros, de estar donde no le corresponde, de no ser querido … es abismal la diferencia entre los sentimientos que yo tenía hacia él y los que él manifestaba.
Si Mouse no se comió el veneno y aún sobrevive, sencillamente habrá buscado otro sitio donde comer y resguardarse de los inconvenientes, sin despeinarse ni uno de los repugnantes pelos que le cubren la piel.
¿He de convertirme en ratón para tener ese descaro? Ojala me hubiera pegado algo de ese descaro antes de desaparecer …

Feliz Domingo