sábado, 13 de marzo de 2010

Érase una vez

Érase una vez una niña que soñaba con tener un certificado oficial que diese fe sobre su nivel de inglés. Esa niña decidió apuntarse a una academia esperanzada en conseguir una beca que ninguna vez había sido denegada a ningún candidato, hasta entonces.
A decir verdad la niña no prestaba demasiada atención a las clases y a los deberes, no le descubrían gran cosa, y no terminaba de dar la importancia que se merecía a esa inversión a medio plazo que supondría una pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero si finalmente fracasaba.
Pasaban los días y la niña no estudiaba, no practicaba, no avanzaba, pero esto no parecía preocuparle, supongo que no tendría verdadera conciencia del toro al que finalmente se enfrentaría.
Hasta que dos semanas antes del examen le entró el agobio e intentó recuperar el tiempo perdido, a base de engullir sin masticar todo el material que había recopilado para su supuesta larga, medida y planificada preparación.
No hace falta que comente los resultados. Como tampoco hace falta que detalle el cansancio que la niña acusó la semana de las pruebas, ni tampoco es necesario resaltar que éstas fueron pasando sin pena ni gloria, desde la primera hasta la penúltima. La última fue la guinda de ese pastel amargo y rancio que con sumo descuido había estado cocinando durante los últimos seis meses.

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lunes, 8 de marzo de 2010

Tambourine

Que tus aspiraciones en la vida sean un tanto mediocres tiene sus ventajas, entre otras, que es relativamente fácil alcanzarlas. Yo, sin ir más lejos, la otra noche alcancé y superé todas mis expectativas respecto a uno de los sueños de mi vida. Tocar la pandereta en un concierto de rock.
Estaba yo muy flamenca en primera fila en mi tan querido y visitado planta baja, cuando el cantante de The Movements me ofreció ese instrumento tan sencillo y que tan bien le queda a quien lo porta en el escenario. Un haz de luz iluminó mi cara y el espíritu rockero que gobernaba la sala se apoderó de mis brazos, que de forma automática comenzaron a agitar la pandereta, increíblemente al son de la música y como si yo fuese el sexto miembro de la banda. Qué felicidad.
Ahora tengo que indagar en mi subconsciente para rescatar otra aspiración mediocre que poner en mi punto de mira. No se puede desperdiciar una forma tan fácil de ser feliz!

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