miércoles, 19 de enero de 2011

Barro seco.

Cuenta una antigua historia que dios creó al hombre moldeando un poco de barro entre sus manos, barro fruto de mezclar polvo con un poco de agua, todos hemos escuchado “de polvo vienes …”

El barro tiene la cualidad de ser moldeable mientras está húmedo, lo espachurramos entre nuestras manos, lo dejamos deslizarse entre nuestros dedos, lo amontonamos para crear volumen … a veces por placer, otras por deber y el resto por casualidad. El mismo barro que nos molesta y pega en los zapatos, del que no nos podemos deshacer ni queriendo, un rato después estará seco, y bastarán unos golpecitos contra un escalón para librarnos fácilmente de él. Podríamos llamar también barro seco a un jarrón de cerámica granadina o al típico cenicero con la forma de nuestra mano que hicimos de pequeños, y podríamos convertirlos de nuevo en polvo con un par de golpecitos, pero esto último nos parece impensable … nunca supimos si el barro que construyó ese jarrón o que nos sirvió para el cenicero provenía de una vieja calle sin asfaltar que en algún momento nos ensució las botas, y sin embargo qué diferente es el trato que le damos después de todo … y qué dispares son los sentimientos que despierta el estruendo del cenicero al caer del alivio de haber limpiado el calzado. En ambos casos parece que hemos olvidado aquello de “ … en polvo te convertirás”.

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