El concierto de anoche en la sala Wolf de Barcelona fue uno
de esos eventos que me cambió el ánimo, el cuerpo y que me rozó el alma.
La coincidencia del nombre de la sala y el grupo principal
de la noche ya de por sí es algo que te dibuja una sonrisa en la cara. Una sonrisa
que al principio puede ser inocente, y que nunca pensé que terminaría convirtiéndose
en un sentimiento de felicidad y alegría plenas cuando terminara el concierto.
La sala estaba muy despejada cuando entré, apenas habíamos
entrado unas decenas de personas, pero la primera fila pegada al escenario ya
la habían ocupado unas personas mucho más altas y corpulentas que yo, por lo que
tuve que buscarme un lugar alternativo desde el que poder disfrutar del
espectáculo. Un escalón situado a la izquierda del escenario sería mi lugar.
Vi a un chico moreno,
con el pelo corto y barba larga, muy guapo, que parecía que también iba solo. Nos
cruzamos una mirada, pero me dio vergüenza decirle nada. Él se puso en segunda
fila, justo en el centro del escenario. La sala comenzaba a llenarse, así que
el miedo a perder mi lugar privilegiado a apenas dos metros del escenario se
sumó a mi miedo a hablar con un desconocido que me atraía, y no le dije nada.
Prefiero no recordar lo que me cobraron por una cerveza
local, de las que bebo porque no hay otra, y cuando le daba el tercer o cuarto
trago, The Down Brothers salieron a escena. 4 componentes: un bajista que
cantaba, un guitarrista, un teclista y un batería. Todos con vestimenta un
tanto formal, ocuparon el escenario en el que cada uno gozaba de su espacio. El
teclista rodeado de su teclado y el Hamond que después utilizarían DeWolff.
Me lo pasé muy bien viéndolos y escuchándolos tocar. Me pedí
otra birra ya cercana la hora de que salieran DeWolff y viendo que la sala
respetaría los horarios. La verdad es que no puedo hacer una crónica desde el
punto de vista musical. No tengo tanto criterio. Lo que sí puedo decir es que
estos cuatro chicos, con un equipamiento modesto (no cambiaron de guitarra
ninguna vez) con siguen que te metas en su música. Creo que con un poco más de
rodaje por salas o festivales podrían conseguir sentirse más cómodos en escena.
Hoy, que ya han pasado unas horas, creo que los vi un tanto tensos, como la
primera vez que vi a The Brew. Rebosaban talento pero se les notaba un poco intranquilos.
A ratos, cuando miraba al teclista veía que miraba al cantante o al
guitarrista, no sé si buscando complicidad o porque habría cometido algún
fallo. Unos chicos que me cayeron muy bien. Disco que no me compré. Banda a la
que trataré de seguirle la pista.
Entre tanto, de vez en
cuando, miraba al chico de la barba, a ver si él también me miraba a mí. Él no
bebió nada. Estuvo toda la noche de pie, mirando al escenario, casi inmóvil,
sujetando su chaqueta con los brazos. Por la manga corta de su brazo izquierdo
asomaba un tatuaje, y su pelo muy bien engominado me recordaron al único músico
con el que he intimado en mi vida, aunque este desprendía más inocencia.
DeWolff salieron con su uniforme blanco compuesto por un
pantalón de campana y una americana de solapas grandes, completamente
setentera. Cada uno llevaba adornos diferentes. En las solapas del teclista
podían verse una especie de cruz y media luna rojas. En las del batería algo
parecido a unas ramas marrones. Del resto no puedo dar detalles, ya que sus
instrumentos los ocultaban. El cantante portaba una suerte de serpiente verde por
las piernas, dos aliens con guitarras en las solapas y un dibujo culminado con
rayos en la espalda, bajo el letrero “ELPAPI”. Todos lucían melenas y barbas
rubias, y botas de piel.
Aunque finalmente conseguí el set list, no sé identificar
todas las canciones que tocaron. No necesito saberme las canciones de este tipo
de rock setentero con el que me siento muy identificada. Sí reconocí una canción
de las que había escuchado en spotify hacia el tercer o cuarto tema. Me arranqué
a bailar, y me extrañó que muy pocos de los que allí asistíamos al espectáculo
hicieran lo mismo.
Había dos micrófonos de pie colocados para solistas, que se
habían quedado en el escenario de la anterior actuación, y el cantante de
DeWolff utilizó los dos. Se movía de uno a otro, no sé si con intención o
cuando veía que se acoplaba el sonido en uno
de ellos. He de decir que para mi poco educado oído el sonido fue
razonablemente bueno, exceptuando un par de veces que el cantante tuvo que dejar
de cantar por el típico chirrido desagradable.
Momento álgido del espectáculo fue cuando el cantante se
subió encima del órgano hamond, y su cabeza se quedó oculta al público en el
falso techo del escenario. Al bajar la cabeza y mirar al público de nuevo, se
llevó el dedo índice a la boca para indicar que guardáramos silencio, ya que
arriba había una familia durmiendo.
Creo que fue alrededor de ese momento cuando comenzó a hacer
bromas. Poco antes había dicho que su nuevo disco se llama “Tascan tapes”, que
en castellano se decía “Tascan tapes”, sin cambiar ni un ápice la
pronunciación. Comentó que había sido grabado en su furgoneta, y que algunos
temas los habían grabado en Barcelona durante su gira anterior.
Y fue en este momento cuando
en mi cara se dibujó la gran sonrisa que no me abandonaría en el resto de la
noche. Miré al chico guapo y él también me miró, y compartimos esta sensación
de alegría máxima que uno siente cuando va solo a un concierto y tiene la
sensación de estar siendo acompañado de primera mano por los artistas. Como si
las bromas que han hecho en el escenario te las hubieran hecho a ti tus
colegas, en un ambiente de fiesta de sábado noche total.
Creo que sólo muevo más mi espalda, hombros, brazos y
piernas cuando tengo una clase dura de yoga. Me encanta lo que hace esta banda.
Me ha encantado verlos en directo, y me encantará escuchar su precioso vinilo
blanco firmado que adquirí allí. Trabajo para pagar estos vinilos y los viajes
que me pego en verano.
Feliz Domingo amigosEtiquetas: songs, vivencias