Un Grito de Celine.

“- ¿Dónde está? ¿Por qué no lo veo? – gritó Celine al cerrar los ojos.

Siempre había pensado en lo más profundo de su mente que algún día lo vería, lo encontraría, eso que hace que la física cuántica sea un estúpido jueguecito de ingenio, que desintegra las facturas, que maneja las agujas del reloj a su antojo. Realmente nunca supo definirlo bien, porque nunca lo encontró.

Hasta que quizá de hartó de esperar o se le acabó la esperanza, o el desengaño le hizo estimar el error. A partir de entonces dedicó sus esfuerzos a autoconvencerse de que, sencillamente, no lo quería, no era algo que deseaba ni que considerara necesario; simplemente podía continuar su ensayo general jugando otro papel dentro de la obra. Este papel parecía muy atractivo, interesante, confortable y enriquecedor. Pero no era el que le enseñaba física cuántica, ni hacía desaparecer las facturas, ni jugaba con las máquinas suizas; estas habilidades no entraban en su catálogo.

- ¿Cuándo aparecerás? ¿Llegarás a hacerlo algún día? ¿Cuánto he de desgastarme hasta que llegues? ¿Acaso debo hacerlo? ¿Seré sólo un desecho en el momento en que vengas y ni yo podré apreciarte ni tú querrás ya acercarte?

Así eran los martilleos que Celine sentía en su cabeza una vez descubierto el verdadero deseo que podría arreglar el caos que le dominaba. Quizá no era un verdadero deseo. Quizá era sólo una excusa para poder gritar. Quizá era sólo un sentimiento humano más, sin importancia, como un constipado en otoño o la alergia en primavera. Quizá no se vacunó cuando debió hacerlo, o quizá se pasó con la dosis. Quizá ni siquiera sepa qué es gritar.”