separación

Karianne se separó legalmente de su marido hace muchos años, pero separación es la palabra que más se aleja de definir su relación con él.

Se unieron por razones racionales, casi sin dar cabida al supuesto sentimiento de amor que una pareja debe mantener si pretende que el matrimonio no sea un completo desastre. Y así pasaron los años, inmersos en un infierno diario al que tanto aportaba una como el otro, acostumbrándose a un ambiente enrarecido que sustituía el oxígeno por gases cada vez más dañinos, que no mortíferos de necesidad. Podría parecer fácil decir que la situación se solucionaría cuando ambos se sentaran a hablar sincera y sencillamente para trabar una solución, pero esta posibilidad ni siquiera se pasaba por su cabeza, por la de ninguno de los dos. No había nada que solucionar.

Cuando nació el bebé decidieron separarse, la criatura necesitaba algo de aire puro que respirar, de luz a la que mirar y de tranquilidad en la que dormir, elementos extintos sin rastro que seguir en el hogar de Karianne. Fue una decisión automática, la siguiente acción en la secuencia del autómata, con el fin de adaptarse camaleónicamente al cambio de situación, y de paso continuar alimentando el leviatán engendrado por ambos. Podría parecer difícil encontrar tiempo y espacio libres para la intimidad de la instigación, pero nunca tuvieron que buscarlo, dicen que cuando el diablo de aburre, mata moscas con el rabo.

Mantener vivo el azuzamiento no es gratis, todo el mundo sabe que tanto el amor como el odio se mantienen vivos sólo mientras se les alimenta. Conocedores de este hecho aunque no conscientes del averno en que viven, Karianne y su ex se unen cada día más, en esa disputa enquistada en sus rutinas, sin la cual no encontrarían el camino al baño y no serían capaces de reconocer que es hora de tomar el café.