Ejemplo I
Resulta que durante mi época estudiante (la segunda, la de la universidad), conseguí cierto control sobre mi vida: tras mucho esfuerzo fui haciendo mías las asignaturas, me organizaba para obtener los mejores resultados con el menor esfuerzo, aumentando este último sólo si los primeros aumentaban considerablemente, aunque intentando no bajar de un mínimo en los resultados. También conseguí compaginar los estudios (planteados de esta forma) con la conservación de la beca (indispensable para mantenerme viva en el mundo de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática, ESTII a partir de ahora, y me da igual que le hayan cambiado el nombre, para mí siempre será ETSII) , y con algún que otro trabajillo de fin de semana o de un par de horas al día que ayudaba a mantener mis gastos sin tener que recurrir a nadie más.
Digamos que en unos meses me percaté de que para ser feliz y sacar adelante más o menos exitosamente esta etapa de mi vida, debía hacer las cosas bien, lo que se traducía en mantener un equilibrio en las materias que acabo de explicar, de forma que pudiese llevarlas a cabo y (aparte de no morir en el intento) que salieran bien.
Esta fue mi definición de hacer las cosas bien.
Y pensé que cuando acabase esa etapa de mi vida y comenzase la que se supone es la siguiente (trabajar en lo mío), ya iba a disponer de bienes materiales (papel), no tendría preocupaciones tipo estudio y podría dedicarme a la vida contemplativa, a mi familia. O simplemente a lo que me diera la gana.
Pero no ha sido así, no es así, al menos en parte. Por mil circunstancias comenzó la vida laboral antes de que terminara completamente la estudiantil, por lo que desde hace tiempo compagino las dos. Finalmente ha salido bien, he aprobado todo lo que he hecho hasta ahora, no sin esfuerzo y en gran parte gracias a la ayuda que he recibido y recibo por parte de mis contados pero inmejorables amigos. Y entre tanto he conseguido hacerme de un cochecillo para moverme, que estar a caballo entre dos ciudades siempre es complicado, por muy cercanas que sean.
Queda la guinda del pastel: el proyecto (y esa asignatura de libre que siempre aparece al final de la carrera). He conseguido que me reduzcan la jornada laboral (hasta ahora y cruzo todos los dedos del cuerpo), he conseguido comenzar un proyecto que me gusta y que creo que podré hacer bien. Y he conseguido matricularme de una asignatura de libre que no parece muy complicada y a la que incluso puedo ir a clase. De escándalo.
Hasta que se me rompe el coche en la misma semana en que he quedado con el profesor para echar un primer vistazo a lo que llevo del proyecto, para orientarme y tener más claro por donde seguir. Otra semana más tirada a la basura. Adiós independencia, adiós no perder tiempo en ir y volver al trabajo, adiós la rentabilidad de vivir a las afueras y pagar poco de piso. Adiós a todo eso de hacer las cosas bien. Me tiran los palos del sombraje.
En fin, que a esto me refería en la anterior historia. A poder controlarlo todo en un momento dado, pensar que de ahí en adelante todo podrá ser así, en la tónica de dominar el entorno, pero cuando uno cree que todo va a mejorar, no lo hace, incluso puede empeorar en algunos aspectos, sobre todo el de creer que eres el rey del mundo cuando realmente no puedes ni asegurar la hora a la que llegarás hoy a casa.